Déjame reposar, aflojar los músculos del corazón y poner a dormitar el alma para poder hablar, para poder recordar estos días, los más largos del tiempo.
Me despierto temprano, miro por la ventana las pocas estrellas que deja la ciudad asomar; me dispongo a un baño caliente que me haga ser mas persona en tan temprano andar, sigo mis costumbres matutinas hasta llegar al metrobus donde al sol saludo en contrasentido. Escribo en la memoria historias que luego olvido, veo como la ciudad se levanta con cada carro, con el atole en las equinas y alguno que otro con café despertador. Maldigo la falta de costumbre y la adicción al tabaco, me fumo un cigarro mientras espero el otro camión que me dejará en el trabajo, recorrido que es asombrosamente divertido, cuando tengo suerte el chofer no respeta topes y subo y bajo a involuntad mía, cuando es menor la suerte, veo elefantes en los cerritos (elefantes que parecen árboles) o manadas de leones escondidas en los arbustos.
Llego al trabajo, miro los volcanes y a veces busco ovnis, no sea que en verdad existan. Después todo se vuelve turbio y extraño hasta las 6 de la tarde que salgo, solo puedo decir que estar detrás de una computadora con vista al techo de una fábrica jode mas la cosa.
Así pasan los días, en lo que recuerdo las historias y las pongo en práctica, he vuelto.